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Lecturas y ensayos


Ensayo: Árboles y otras hierbas en El Señor de los Anillos

Artículo de la Enciclopedia Libre Universal en Español.

Abedul: Proveniente de voz celta, su nombre científico es Betula pendula. Pertenece a la familia de las betuláceas. Es un árbol caducifolio y esbelto que puede llegar a los 30 metros, fundamentalmente presente en el Centro y Norte de Europa, aunque también visible en las zonas montañosas del norte de la península Ibérica. No obstante, existen otras variedades presentes en la Europa mediterránea. Su corteza es blanca, las hojas anchas y dentadas y sus semillas aladas. Es pionero y colonizador de suelos arenosos, turberas y suelos ácidos. La madera es dura y fuerte, pero no muy duradera en exteriores. En Escandinavia se utiliza para contrachapados y esquís, entre otros usos; sus ramas para escobas y cepillos y su corteza en tejados y para curtir pieles. Su savia es azucarada y se fermenta para elaborar bebidas alcohólicas. De él se extrae el aceite de abedul para curtidos y también es repelente de insectos. Otras partes del árbol tienen propiedades medicinales.
Aparece con frecuencia en el Señor de los Anillos, como por ejemplo cuando Frodo se dirige a Bosque y Balsadera de Gamoburgo, o cerca del Lago del Espejo y la Piedra Durin. También el jardín de Elrond estaba poblado de abedules.
En el horóscopo celta pertenece a los nacidos el día de San Juan, en que sus ramas se utilizaban para ahuyentar a los malos espíritus del año anterior.
En asturiano su nombre es biduero, en catalán bedoll y beç, en vasco urki y en gallego y portugués bidoeiro.
Aliso: Nombre de origen posiblemente prerromano. Al igual que el abedul también pertenece a las betuláceas, pero tiene forma piramidal y menor porte. Su nombre científico es Alnus glutinosa. Esta variedad se cría en humedales y riberas de toda Europa, formando parte de los bosques-galería, pero la variedad incana (gris) solo se da en el centro y norte del continente. La corteza, de color pardo oscuro y agrietada, rica en taninos es astringente, empleándose contra el dolor de garganta. Su madera es blanda pero resistente debajo de agua, por lo que se utiliza para estacas, barriles y zuecos. Este árbol aún se utiliza para elaborar tintes, así como para el curtido del cuero.
Aparece varias veces en el Libro Primero, generalmente asociados a los cursos de agua, como cuando los protagonistas cruzan El Agua. Tom Bombadil los incluye en una de sus canciones.
En asturiano se conoce como umeru o umeiro, en catalán como vern, en vasco como txoriegur y en gallego y portugués como amieiro.
Fresno: Es un árbol caducifolio perteneciente a la familia de las Oleaceae que llega a alcanzar los 40 metros de altura. Su nombre científico es Fraxinus excelsior. Aunque está presente en toda Europa en la zona mediterránea solo es frecuente en las orillas de los cursos de agua. Tiene hojas compuestas y semillas aladas. La corteza tiene surcos. Su madera es fuerte y flexible a la vez si es tratada con vapor, por lo que resulta muy demandada. Su utiliza en mangos de herramientas, objetos de deporte, bastones y muebles. En Escandinavia sus hojas se utilizan como forraje para el ganado. También se utilizan como, laxantes, diuréticas y antiartríticas. De la variedad ornus (fresno florido), y mediante las incisiones hechas en sus ramas se obtiene un licor dulce que se endurece formando una goma llamada maná, con propiedades purgantes.
Los encontramos en los libros primero y segundo, pero no en el tercero. Están en varios lugares como el arroyo Cepeda y también cerca de los Picos de Tol Bandir. Los jinetes de Rohan llevan lanzas de fresno y Gandalf se apoya en una vara de este árbol. Bregalad tenía en su casa y los incluye en una canción. También aparecen Ents que son fresnos.
Es el freisnu en asturiano, en catalán es freixe, en vasco lizar y en gallego y portugués freixo.
Sauce: árbol de hoja caduca como todos los pertenecientes a la familia de las salicáceas (Salicaceae), en la que encontramos muchas variedades. El sauce a secas tiene como nombre científico Salix alba, mientras que el sauce llorón se denomina Salix x chrysocoma. Está presente en toda Europa, frecuentemente en las riberas. Tiene ramas extendidas y puede llegar a los 25 metros de altura. Los finos pelos de sus ramas y hojas aguzadas le dan un aspecto plateado a su follaje. La ramas jóvenes se utilizan para cestería por su flexibilidad. Se usó para obtener la salicina, de efectos medicinales similares a la quinina, pero hoy ha sido relegada a favor del ácido acetil-salicílico obtenido de forma sintética.
Es frecuente en la obra. Hay un río que se denomina Tornasauce en cuyas riberas son muy frecuentes y un episodio de un hombre-sauce, en el que aparece también Tom Bombadil. En la confluencia del Nevado con el Entanguas encontramos sauces.
En asturiano se conoce como salgueira, salze en catalán, en vasco como zarika y en gallego y portugués como salgueiro branco.
Encina: De nombre científico Quercus ilex, es el quercus de más amplia presencia en Europa, si bien característico de la zona mediterránea por su resistencia a la sequía. Pertenece a la familia de las fagáceas. Tiene un tronco agrietado y sus hojas son duras. Su madera es también dura y duradera por lo que se utiliza en carpintería. También usada como excelente combustible en forma de carbón. El fruto de la encina, la bellota, tiene un alto contenido en fécula, es apta para el consumo humano, por ser la más dulce de todos los quercus, y proporciona abundante alimento tanto para la fauna silvestre como para la ganadería porcina.
Aparece muy poco y solo en el segundo libro como cuando Frodo y Sam acompañados de Gollum se refugian en la horquilla de una fuerte encina.
En asturiano se llama ancina, alzina en catalán, arte en vasco y azinheira en gallego y portugués.


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J.R.R. Tolkien creó una antigua cultura de pastores de árboles conocidos como los Ents en El Señor de los Anillos
. Para dotar de vida a estos "árboles vivientes", Peter Jackson requirió la ayuda de WETA workshop y WETA digital.
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El principal reto a la hora de crear a los Ents era que los árboles no son criaturas de la imaginación, sus características son conocidas y reconocidas por todo el mundo.
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“Uno de los retos de los Ents era que estaban en continuo contacto con las hierbas, las hojas y las raíces que crecen en el suelo por el que pisan”, dice Eric Sainden. “Además interactuaban también con los personajes de verdad. Por eso teníamos un montón de árboles móviles y otros fijos con mejillas y ojos. En esencia, los árboles debían tener vida”.
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Junto a Alan Lee y Grant Major, Daniel Falconer de WETA Digital, diseñó a Bárbol, el más viejo de los Ents. “Creo que Bárbol es un personaje maravilloso y lleno de sensibilidad”, dice Richard Taylor, “una criatura muy diferente de cualquiera que hayamos visto en cine antes. Es una criatura que arrastra una gran historia y que tienen una gran cantidad de conocimientos”.
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WETA Workshop construyó maquetas de Bárbol hasta que Jackson estuvo satisfecho con el diseño. El siguiente paso fue construir un modelo animatrónico de Bárbol de 4 metros y medio que interactuase con Merry y Pippin en el plató. Utilizando este modelo como guía, se creó la versión digital que tenía una movilidad completa, sobre todo en la cara.
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“Bárbol es una criatura fantástica”, comenta el supervisor de efectos visuales Joe Letteri. “Uno de los grandes retos era unir el personaje digital y el muñeco real sin que nadie pudiese distinguir cuál es cuál”.
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La voz la puso John Rhys-Davies, quien también interpreta a Gimli. Como ávido lector de la obra de Tolkien que es, Davies le comentó a Jackson el riesgo que supondría ponerle voz a un árbol.
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“Eres una mínima parte de un enorme proceso técnico necesario para traer a ese personaje a la vida”, comenta Rhys-Davies. “Si haces bien tu trabajo, cuando la gente lea el libro, lo que oirá será tu voz. Verá tu Gimli o tu Bárbol. Y si no lo haces bien, seguirá teniendo cada uno su propia imagen”.
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Después de probar con diferentes tipos de sonidos, Jackson decidió que lo que quería era que la voz de Bárbol fuese la de Rhys-Davies, pero añadiendo diferentes técnicas para distintas partes de su diálogos.
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“Utilizamos cada tipo de sonido que la voz puede producir”, dice el actor. “Llegado un momento, me di cuenta de que era capaz de quebrar la voz, algo que sólo se puede hacer cuando estás realmente cansado. También la ralentizamos muchísimo. La hicimos más profunda, incluyendo cierto tipo de sonidos cuando se comunica con otros árboles. Era como los cantos de las ballenas”.




Ents

Medio hombres, medio árboles, medían más de cuatro metros de altura, y el más viejo de ellos llevaba vividas en la Tierra Media nueve Edades de las Estrellas y del Sol. El Señor de los ents era Fangorn, a quien en la lengua común llamaban Bárbol. Era enorme y anciano, puesto que pertenecía a la raza más alta y más fuerte nacida en el mundo. El tronco de áspera corteza de Bárbol era como el de un roble o una haya, pero sus brazos como ramas eran suaves y lisos, y poseía unas nudosas manos de siete dedos. La extraña cabeza de Bárbol, casi sin cuello, era alta y tan gruesa como su tronco. Tenía ojos marrones, grandes y llenos de sabiduría, que parecían despedir un resplandor verde, y una enmarañada barba gris como un hato de ramitas y musgo. Estaba hecho de la fibra de los árboles, pero se movía velozmente con unas piernas que no se doblaban y unos pies como raíces vivas, balanceándose y estirándose como un ave zancuda. 
Las historias de los elfos cuentan que, cuando Varda, la Reina de los Cielos, volvió a alumbrar las estrellas y con ello despertaron los elfos, también despertaron los ents en los grandes bosques de Arda. Procedían de los pensamientos de Yavanna, la Reina de la Tierra, y eran sus Pastores de Árboles. Demostraron ser pastores y guardianes porque, cuando se provocaba su ira, la furia de los ents era terrible y podían aplastar la piedra y el acero con sus manos desnudas. Se los temía con razón, pero también eran amables y sabios. Amaban a los árboles y a todas las olvar, y las protegían del mal. Les encantaba aprender muchos idiomas, incluso los breves y cortantes de los humanos. Pero preferían sobre todos el idioma que ellos mismos habían creado, y que sólo los ents podían dominar. En general eran una raza solitaria pues vivían separados los unos de los otros, en aisladas casas en los grandes bosques. En estos lugares comían, no alimentos sólidos, sino un líquido transparente llamado trago de ent que guardaban en grandes jarras de piedra. 
En las Edades de las Estrellas, los ents eran varones y hembras, pero, en las Edades del Sol, las ents mujeres se enamoraron de las tierras abiertas donde podían cuidar de las olvar menores: los árboles frutales, los arbustos, las flores, las hierbas y granos; mientras que los ents varones amaban a los árboles del bosque. Los ents se convirtieron en una especie en decadencia en parte porque volvieron a su forma durmiente de árboles debido al cansancio, al olvido o la amargura. Otra causa clave fue la no existencia de nuevos ents niños tras la marcha de los ents mujeres. Después de la Guerra del Anillo, los ents volvieron a vivir pacíficamente en el Bosque de los Ents, pero siguieron menguando, y se cree que la Cuarta Edad fue la última que vieron. 

ORFEO Y EURÍDICE

                Cuentan las leyendas que, en la época en que dioses y seres fabulosos poblaban la tierra, vivía en Grecia un joven llamado Orfeo, que solía entonar hermosísimos cantos acompañado por su lira. Su música era tan hermosa que, cuando sonaba, las fieras del bosque se acercaban a lamerle los pies y hasta las turbulentas aguas de los ríos se desviaban de su cauce para poder escuchar aquellos sones maravillosos.
                Un día en que Orfeo se encontraba en el corazón del bosque tañendo su lira, descubrió entre las ramas de un lejano arbusto a una joven ninfa que, medio oculta, escuchaba embelesada. Orfeo dejó a un lado su lira y se acercó a contemplar a aquel ser cuya hermosura y discreción no eran igualadas por ningún otro.
    - Hermosa ninfa de los bosques –dijo Orfeo-, si mi música es de tu agrado, abandona tu escondite y acércate a escuchar lo que mi humilde lira tiene que decirte.
    La joven ninfa, llamada Eurídice, dudó unos segundos, pero finalmente se acercó a Orfeo y se sentó junto a él. Entonces Orfeo compuso para ella la más bella canción de amor que se había oído nunca en aquellos bosques. Y pocos días después se celebraban en aquel mismo lugar las bodas entre Orfeo y Eurídice.
    La felicidad y el amor llenaron los días de la joven pareja. Pero los hados, que todo lo truecan, vinieron a cruzarse en su camino. Y una mañana en que Eurídice paseaba por un verde prado, una serpiente vino a morder el delicado talón de la ninfa depositando en él la semilla de la muerte. Así fue como Eurídice murió apenas unos meses después de haber celebrado sus bodas.
    Al enterarse de la muerte de su amada, Orfeo cayó presa de la desesperación. Lleno de dolor decidió descender a las profundidades infernales para suplicar que permitieran a Eurídice volver a la vida.
    Aunque el camino a los infiernos era largo y estaba lleno de dificultades, Orfeo consiguió llegar hasta el borde de la laguna Estigia, cuyas aguas separan el reino de la luz del reino de las tinieblas. Allí entonó un canto tan triste y tan melodioso que conmovió al mismísimo Carón, el barquero encargado de transportar las almas de los difuntos hasta la otra orilla de la laguna.
    Orfeo atravesó en la barca de Carón las aguas que ningún ser vivo puede cruzar. Y una vez en el reino de las tinieblas, se presentó ante Plutón, dios de las profundidades infernales y, acompañado de su lira, pronunció estas palabras:
    - ¡Oh, señor de las tinieblas! Héme aquí, en vuestros dominios, para suplicaros que resucitéis a mi esposa Eurídice y me permitáis llevarla conmigo. Yo os prometo que cuando nuestra vida termine, volveremos para siempre a este lugar.
    La música y las palabras de Orfeo eran tan conmovedoras que consiguieron paralizar las penas de los castigados a sufrir eternamente. Y lograron también ablandar el corazón de Plutón, quien, por un instante, sintió que sus ojos se le humedecían.
    - Joven Orfeo –dijo Plutón-, hasta aquí habían llegado noticias de la excelencia de tu música; pero nunca hasta tu llegada se habían escuchado en este lugar sones tan turbadores como los que se desprenden de tu lira. Por eso, te concedo el don que solicitas, aunque con una condición.
    - ¡Oh, poderoso Plutón! –exclamó Orfeo-. Haré cualquier cosa que me pidáis con tal de recuperar a mi amadísima esposa.
    - Pues bien –continuó Plutón-, tu adorada Eurídice seguirá tus pasos hasta que hayáis abandonado el reino de las tinieblas. Sólo entonces podrás mirarla. Si intentas verla antes de atravesar la laguna Estigia, la perderás para siempre.
    - Así se hará –aseguró el músico.
    Y Orfeo inició el camino de vuelta hacia el mundo de la luz. Durante largo tiempo Orfeo caminó por sombríos senderos y oscuros caminos habitados por la penumbra. En sus oídos retumbaba el silencio. Ni el más leve ruido delataba la proximidad de su amada. Y en su cabeza resonaban las palabras de Plutón: “Si intentas verla antes de atravesar la laguna de Estigia, la perderás para siempre”.
    Por fin, Orfeo divisó la laguna. Allí estaba Carón con su barca y, al otro lado, la vida y la felicidad en compañía de Eurídice. ¿O acaso Eurídice no estaba allí y sólo se trataba de un sueño?. Orfeo dudó por un momento y, lleno de impaciencia, giró la cabeza para comprobar si Eurídice le seguía. Y en ese mismo momento vio como su amada se convertía en una columna de humo que él trató inútilmente de apresar entre sus brazos mientras gritaba preso de la desesperación:
    - Eurídice, Eurídice...
         Orfeo lloró y suplicó perdón a los dioses por su falta de confianza, pero sólo el silencio respondió a sus súplicas. Y, según cuentan las leyendas, Orfeo, triste y lleno de dolor, se retiró a un monte donde pasó el resto de su vida sin más compañía que su lira y las fieras que se acercaban a escuchar los melancólicos cantos compuestos en recuerdo de su amada.


José Ignacio Gracia Noriega

Lecturas de otoño
 
Ha llegado el otoño. Como escribió un poeta muy considerable y muy poco considerado, José Benito Buylla:
«El otoño ha investido
de su semblante al bosque»
Decía Feijoo que con el otoño llega el tiempo de los severos estudios. Pero también era tolerante el padre maestro con la amena literatura. Opinaba que «el ejercicio de leer es fácil y breve; el de escribir, penoso y prolijo». Y consideraba que es mejor leer, aunque sea literatura profana, que no leer. Reconoce que los diálogos de Luciano no sólo son inútiles para reglar las costumbres, sino que pueden ser nocivos. «Lo mismo decimos», añade, «del lascivo Catulo, del torpísimo Petronio. Es preciso aquél por el primor del verso; éste, por la pureza y delicadeza del estilo». Tanta mano abierta no es corriente entre religiosos españoles. En el siglo XVI, Pedro Malón de Chaide, con ser excelentísimo prosista y buen poeta, arremete contra toda suerte de literatura profana, contra Garcilasos y Amadises: acaso había descubierto, al condenar a Garcilaso, algo que posteriormente señaló Azorín: que el dulcísimo poeta de las églogas y de las canciones es, a la vez, el más laico de toda la literatura española. Feijoo, en cambio, opinaba que la buena literatura, aunque laica, no debe estar condenada ni en los conventos. No hay actitud parecida en el catolicismo español, tan suspicaz ante la lectura, hasta Menéndez Pelayo, que era católico a machamartillo, pero que en materia literaria se reconocía pagano.
Con el otoño llega el tiempo del recogimiento, de estar más horas en casa, de encender el fuego del hogar. También las tardes son más cortas, las noches más largas. Apuntaba el crepúsculo en la ventanilla del «portalejo» de Gonzalo de Berceo, y aquel otro maestro, ante la noche que se aproxima, recoge el recado de escribir y se aparta del pupitre hasta el día siguiente. «El que escribía, apresurado, ante el terror medieval de la noche vecina», explica Dámaso Alonso.
Hoy, como ayer, en otoño las noches son largas, y no sólo porque se haya acabado o se haya perdido un amor, como en ese estremecimiento lírico de nuestro cancionero: «Estas noches tan largas / para mí / no solían ser así». Son largas porque el año se encamina hacia su término: «¡Qué temprano anochece, las siete todavía!» –exclama Concha en «Corazón de niña», uno de los varios cuentos que, reelaborados, acabarían componiendo la «Sonata de otoño». «Es el invierno que llega», contesta Bradomín.
Otoño es tiempo de lectura. En rigor, cada estación tiene sus lecturas adecuadas: lo ha advertido José María Castroviejo, gran degustador del otoño: «Cada estación, e incluso cada día y lugar tienen su libro, como el paladar educado estima el vino en relación con los platos». No se pueden leer los libros de moda, libros que se anuncian en los suplementos literarios; ¿Qué se puede leer o, mejor dicho, qué se debe leer en otoño? Es inexcusable la lectura de las dos grandes odas románticas a «la estación de la bruma y de la dulce abundancia», la de Keats y la de Lamartine, menos conocida:
¡Salve bosques que ciñen los verdores postreros!
Amarillos follajes en la hierba esparcidos.
Pero estas dos odas son cortas, no bastan para todo un otoño. Aunque a la vista de lo que hay, más vale poco y bueno que mucho y malo; o que nada, lo que sería peor. Un autor adecuadísimo para el otoño es Edgar Allan Poe. También, cómo no, Gerard de Nerval y Charles Nodier. El sosiego de esta época nos incita a volver a la reconfortante lectura de las grandes novelas de Walter Scott. Hoy no se lee a Walter Scott y eso pierde, junto con tantas otras cosas, la era del «euro» y la informática. Y ya que en novela histórica estamos, hay dos franceses autores de novelas deliciosas: Erckmann y Chatrian. Nada mejor que «El amigo Fritz» para la calma de una tarde. Y también esos dos grandes señores de las letras y del otoño, Barbey d’Aurevilly y Villiers de l’Isle Adam, y la prosa de William Butler Yeats. Entre los españoles, Baroja, Valle-Inclán, Pla, Cunqueiro, Castroviejo y Manuel Llano son de obligada lectura, y entre los asturianos, Casariego. Quien sea aficionado a la novela policiaca gustará de Simenon mejor que en cualquier otra época del año, porque el otoño es pura creación de ambiente. ¿Y Baudelaire, poeta de la decadencia lujosa, como bosque de otoño? Pero contra él nos previene Castroviejo: «Baudelaire no ama el campo y no hay otoño de interior».

La Nueva España • 14 de noviembre de 2001